martes, 20 de diciembre de 2016

Rafael Torres Escartín (Vida y obra)

torresescartinRafael Liberato Torres Escartín nacio en Bailo, Huesca, 20 de diciembre de 1901  y murió fusilado en Barcelona el 21 de enero 1939. 





Hijo de Pedro Torres Marco y de Orencia Escartín Villacampa, Rafael nació en la casa cuartel de la Guardia Civil de Bailo, donde se encontraba destinado su padre.1


Siendo estudiante en Huesca, fue introducido en el anarquismo por el pintor y periodista anarquista Ramón Acín. Abandonó los estudios por el oficio de pastelero. Desde 1918 militó en las filas de la CNT,2 concretamente en el sindicato de alimentación, y dejó Huesca para vivir en Zaragoza.1


En Zaragoza se sumó al grupo anarquista Crisol, grupo que luego pasaría a llamarse Los Solidarios, compuesto por personajes destacados en el anarquismo como Buenaventura Durruti o Francisco Ascaso. Vivió un tiempo a caballo entre la capital aragonesa y Barcelona, donde trabajó en el Hotel Ritz.


En 1923, el grupo Los Solidarios afirmaba que el cardenal Juan Soldevila y Romero, el gobernador civil de Barcelona Severiano Martínez Anido y el ministro de la gobernación Gabino Bugallal Araújo habían ordenado el asesinato del líder sindicalista Salvador Seguí, crimen que había sido perpetrado en Barcelona el día 10 de marzo. Con este convencimiento, decidieron asesinar al cardenal arzobispo de Zaragoza. El día 4 de junio, Rafael Torres Escartín, junto con Francisco Ascaso, asesinaron a tiros en su coche al cardenal.3


Aunque en principio logró huir de la policía, Torres Escartín fue detenido durante un atraco al Banco de España de Gijón y a pesar de que consiguió volver a fugarse, fue de nuevo apresado y condenado a muerte. A consecuencia de ello, Torres Escartín enloqueció durante su estancia en el penal de Santoña, y su condena fue conmutada por un ingreso en un manicomio de Reus en 1931. A pesar de su estado mental, Rafael fue fusilado al finalizar la Guerra Civil española en 1939.4 2



Referencias.




  1. a b Pujalá, Mariano (2001). «La agitada vida de Torres Escartín. «Tuyo y de la anarquía»». Trébede. Mensual aragonés de análisis, opinión y cultura (55).

  2. a b Gutiérrez-Álvarez, Pepe. «Libertarios, libertarias. Un diccionario bio-bibliográfico». Espai Marx. pág. 201. Archivado desde el original el 17 de noviembre de 2015.

  3. Herrando Prat de la Riba, Ramón (2002). http://books.google.es/books?id=RPgEM4eoMSAC&pg=PA205&vq=escart%C3%ADn&dq=torres+escart%C3%ADn&source=gbs_search_s&sig=ACfU3U2atoC0SvdeTSxrHkEofpsvDSTA5w |urlcapítulo= sin título (ayuda). Los años de seminario de Josemaría Escrivá en Zaragoza. Ediciones Rialp. ISBN 84-321-3402-3.

  4. Forcadell, Carlos (1978). «El asesinato del Cardenal Soldevila». Tiempo de Historia. Año IV (47). 16.



RAFAEL TORRES ESCARTIN - ANARQUISTA FUSILADO EN BARCELONA







Rafael Torres Escartín

El 21 de enero de 1939 es fusilado en Barcelona (España) el militante anarquista Rafael Liberato Torres Escartín, también conocido como El Maño. Había nacido el 20 de diciembre de 1901 a Bailo (Huesca, Aragón, España), en la Casa Cuartel de la Guardia Civil, donde su padre, Pedro Torres Marco, natural de Bolea, estaba destinado; su madre, Orencia Escartín Villacampa, era de Biescas. Su hermano Benito, de la Unión General de Trabajadores, fue encausado con motivo de la huelga de 1932 que paralizó las fábricas de Sabiñánigo en demanda de mejoras laborales, las acusaciones contra él y nueve trabajadores más fue por delitos como incendio, explosión y tenencia ilícita de armas y de explosivos, con una petición fiscal de 34 años de prisión por cada uno; defendidos por el famoso abogado Eduardo Barriobero, lograron salir libres. Otro hermano, Fidel, que vivía con sus padres en Ayerbe, fue fusilado en Huesca el 23 de agosto de 1936, tenía los mismos apellidos que el conocido militante anarquista. Rafael Torres Escartín marchó a estudiar a Huesca, donde Ramón Acín lo inició en el anarquismo. Pronto dejó los libros y comenzó a hacer de pastelero. Después se instaló en Zaragoza, donde en 1918 ya militaba en el Sindicato de la Alimentación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), siguiendo en su profesión en casa Zorraquino y otros pastelerías de la capital aragonesa. En estos años comenzó a leer los grandes pensadores franceses y rusos, y se vegetariano estricto, sin fumar ni probar el alcohol. Entra en contacto con los «grupos de afinidad» («Voluntad», «Los Justicieros») y vive estos años entre Zaragoza y Barcelona, donde comenzó a trabajar como repostero en el Hotel Ritz a partir del 20 de octubre de 1920. En su primera acción conocida, junto con Suberviola y Durruti, consigue un botín de 300.000 pesetas en Eibar. En agosto de 1922 crea, con Francisco Ascaso y Marcelino del Campo, el "Grupo Grisol», que se amplió en octubre con militantes como Ricardo Sanz, García Oliver, García Vivancos y otros, formando «Los Solidarios», que protagonizaron los episodios de acción más destacados del anarquismo español de preguerra. El asesinato, en marzo de 1923, del anarcosindicalista Salvador Seguí por pistoleros del Sindicato Libre de la patronal, provocó una reacción en los círculos confederales: «Los Solidarios» intentaron asesinar en San Sebastián y A Coruña el general Martínez Anido , responsable de la represión. El 4 de junio de 1923 fue asesinado el senador y cardenal arzobispo de Zaragoza Juan Soldevila, instigador y organizador de la violencia patronal. Ascaso fue detenido el 8 de junio, pudiendo huir el 8 de noviembre de 1923 de la prisión de Predicadores en una fuga de presos en masa. Torres Escartín pudo eludir el círculo policial y reapareció el 1 de septiembre de 1923 en una expropiación de bienes del Estado contra el Banco de España en Gijón, recaudando 650.000 ptas. Tras un enfrentamiento armado con la Guardia Civil en Oviedo, su compañero Eusebio Grau cayó asesinado y él fue detenido, escapándose al día siguiente junto con siete recluidos, para acabar nuevamente detenido y apaleado en la montaña. Diseñó un plan de escape para su traslado a la prisión de Predicadores de Zaragoza, donde fue juzgado entre el 1 y el 4 de abril de 1925, bajo la dictadura del general Primo de Rivera; negó todas las acusaciones, pero fue condenado a muerte por el caso Soldevila, conmutando a la pena por cadena perpetua. Los también encausados Esteban Salamero y Julia López Mainar fueron condenados a 12 y seis años. Recluido en el penal de El Dueso (Santoña) en una celda especial, en aislamiento y en oscuras durante 15 meses, sin salir, haciendo dos huelgas de hambre, los soldados disparando diariamente sobre la celda, etc., En estas condiciones enfermó de reuma por el frío y la humedad y enloquecer durante su cierre. Con la reaparición de Solidaridad Obrera en agosto de 1930 se inició una campaña pública de denuncia de su situación por parte del médico anarquista Isaac Puente y por la amnistía. Con la llegada de la II República, fue liberado el 30 de abril de 1931. En junio de 1931 participó en Madrid en la primera Conferencia Peninsular de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), previa al III Congreso de la CNT. Fue detenido y golpeado en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, y al llegar a Barcelona fue detenido como sospechoso, convirtiéndose en portavoz de los presos sociales. Una vez consiguió la libertad, sus compañeros lo internaron en el Hospital Psiquiátrico Institut Pere Mata, de Reus, de donde huyó en tres ocasiones, llegando una de ellas hasta Ayerbe, donde fue detenido en casa de su hermano Fidel. Llevado como preso gubernativo "en calidad de extremista», ingresó en la cárcel de Huesca. En este breve periodo declaró preferir la muerte que el manicomio. Su familia pidió hacerse cargo del enfermo, y en Solidaridad Obrera se hizo una campaña por su libertad, pero fue internado en un psiquiátrico. El 23 de noviembre de 1936 apareció en la segunda fila del multitudinario entierro de su amigo y compañero Buenaventura Durruti, con aspecto demacrado y envejecido por los años de cierre. Por entonces todavía tendrá alma para participar en organizaciones benéficas de ayuda a la infancia y los refugiados. Las tropas fascistas lo sacaron de una celda de dementes y lo fusilaron, sus compañeros habían confiado en que nada se haría a un enfermo.





La agitada vida de Torres Escartín



  • Autores:Mariano Pujalá

  • Localización:Trébede: Mensual aragonés de análisis, opinión y cultura, ISSN 1137-6007, Nº. 55, 2001, págs. 24-48

  • Idioma: español

  • Resumen


    • La existencia de Rafael Liberato Torres Escartín, «un sentimental rayando en lo infantil1», un hombre que en la mayoría de fotografías que de él conocemos aparece encadenado, que pasó prácticamente la mitad de su vida entre cárceles y manicomios, y que murió fusilado por las tropas de Franco, comenzó en la casa cuartel de la Guardia Civil de Bailo (Huesca), el 20 de diciembre de 1901.


      Su padre, Pedro Torres Marco, allí destinado, era natural de Bolea, y su madre, Orencia Escartín Villacampa, de Biescas. Un hermano de Torres Escartín, Benito, fue encausado con motivo de la huelga que en 1932 paralizó las fábricas de Sabiñánigo en demanda de mejores condiciones laborales. Las acusaciones contra él y nueve trabajadores más fueron por los delitos de incendio, explosión y tenencia ilegal de armas y explosivos, con petición fiscal de una pena de 34 años de cárcel para cada uno. Defendidos por el famoso abogado Eduardo Barriobero, salieron en libertad. Otro hermano, Fidel, que residía con sus padres en Ayerbe fue fusilado en Huesca el 23 de agosto de 1936; bastó que tuviera los mismos apellidos que el conocido militante anarquista para ser condenado por los militarres sublevados.


      En cuanto a Rafael, marchó a estudiar a Huesca, donde Ramón Acín lo inició en los principios del anarquismo2. Pronto abandonó los libros para trabajar como pastelero; atraído por el agitado ambiente social de Zaragoza, se desplaza a la capital, donde ya en 1919 milita en el Sindicato de la Alimentación y sigue con su oficio en casa Zorraquino y otras pastelerías de la ciudad. No descuida Rafael su formación libertaria ni la propaganda activa, como muestra el siguiente testimonio, que a pesar de la ausencia de referencias cronológicas, hay que situar en esta época: «Máximo empezó a leer los grandes pensadores franceses, rusos y otros. El primero fue Los Miserables de Víctor Hugo, que le prestó el conocido militante Escartín, éste que conocía a su tutor y a la demás familia, toda de derechas fanáticas le dijo:


      -¿No serás tú como tu familia? Máximo le contestó: Jamás -¡Pues toma, lee!. Y le dio a leer Los Miserables3».


      Las actividades de los militantes zaragozanos se basaban en acciones llevadas a cabo en el seno de "grupos de afinidad", dos de los cuales "Voluntad" y "Los Justicieros", que reunían a los más activos sindicalistas (Manuel Sancho, Clemente Mangado, Cristóbal Albadetrecu, Francisco Ascaso...) se unieron para crear un nuevo grupo que conservó el nombre de "Los Justicieros". El objetivo era crear una organización fuerte para enfrentarse al pujante pistolerismo patronal, organizado a imagen y semejanza del barcelonés. Es muy probable que en esta época, a finales de 1920, Torres Escartín viviese a caballo entre Zaragoza y Barcelona, donde entró a trabajar como repostero en el Hotel Ritz el 20 de octubre.


      La existencia de Rafael Liberato Torres Escartín, «un sentimental rayando en lo infantil1», un hombre que en la mayoría de fotografías que de él conocemos aparece encadenado, que pasó prácticamente la mitad de su vida entre cárceles y manicomios, y que murió fusilado por las tropas de Franco, comenzó en la casa cuartel de la Guardia Civil de Bailo (Huesca), el 20 de diciembre de 1901.


      Su padre, Pedro Torres Marco, allí destinado, era natural de Bolea, y su madre, Orencia Escartín Villacampa, de Biescas. Un hermano de Torres Escartín, Benito, fue encausado con motivo de la huelga que en 1932 paralizó las fábricas de Sabiñánigo en demanda de mejores condiciones laborales. Las acusaciones contra él y nueve trabajadores más fueron por los delitos de incendio, explosión y tenencia ilegal de armas y explosivos, con petición fiscal de una pena de 34 años de cárcel para cada uno. Defendidos por el famoso abogado Eduardo Barriobero, salieron en libertad. Otro hermano, Fidel, que residía con sus padres en Ayerbe fue fusilado en Huesca el 23 de agosto de 1936; bastó que tuviera los mismos apellidos que el conocido militante anarquista para ser condenado por los militarres sublevados.


      En cuanto a Rafael, marchó a estudiar a Huesca, donde Ramón Acín lo inició en los principios del anarquismo2. Pronto abandonó los libros para trabajar como pastelero; atraído por el agitado ambiente social de Zaragoza, se desplaza a la capital, donde ya en 1919 milita en el Sindicato de la Alimentación y sigue con su oficio en casa Zorraquino y otras pastelerías de la ciudad. No descuida Rafael su formación libertaria ni la propaganda activa, como muestra el siguiente testimonio, que a pesar de la ausencia de referencias cronológicas, hay que situar en esta época: «Máximo empezó a leer los grandes pensadores franceses, rusos y otros. El primero fue Los Miserables de Víctor Hugo, que le prestó el conocido militante Escartín, éste que conocía a su tutor y a la demás familia, toda de derechas fanáticas le dijo:


      -¿No serás tú como tu familia? Máximo le contestó: Jamás -¡Pues toma, lee!. Y le dio a leer Los Miserables3».


      Las actividades de los militantes zaragozanos se basaban en acciones llevadas a cabo en el seno de "grupos de afinidad", dos de los cuales "Voluntad" y "Los Justicieros", que reunían a los más activos sindicalistas (Manuel Sancho, Clemente Mangado, Cristóbal Albadetrecu, Francisco Ascaso...) se unieron para crear un nuevo grupo que conservó el nombre de "Los Justicieros". El objetivo era crear una organización fuerte para enfrentarse al pujante pistolerismo patronal, organizado a imagen y semejanza del barcelonés. Es muy probable que en esta época, a finales de 1920, Torres Escartín viviese a caballo entre Zaragoza y Barcelona, donde entró a trabajar como repostero en el Hotel Ritz el 20 de octubre.


      La existencia de Rafael Liberato Torres Escartín, «un sentimental rayando en lo infantil1», un hombre que en la mayoría de fotografías que de él conocemos aparece encadenado, que pasó prácticamente la mitad de su vida entre cárceles y manicomios, y que murió fusilado por las tropas de Franco, comenzó en la casa cuartel de la Guardia Civil de Bailo (Huesca), el 20 de diciembre de 1901.


      Su padre, Pedro Torres Marco, allí destinado, era natural de Bolea, y su madre, Orencia Escartín Villacampa, de Biescas. Un hermano de Torres Escartín, Benito, fue encausado con motivo de la huelga que en 1932 paralizó las fábricas de Sabiñánigo en demanda de mejores condiciones laborales. Las acusaciones contra él y nueve trabajadores más fueron por los delitos de incendio, explosión y tenencia ilegal de armas y explosivos, con petición fiscal de una pena de 34 años de cárcel para cada uno. Defendidos por el famoso abogado Eduardo Barriobero, salieron en libertad. Otro hermano, Fidel, que residía con sus padres en Ayerbe fue fusilado en Huesca el 23 de agosto de 1936; bastó que tuviera los mismos apellidos que el conocido militante anarquista para ser condenado por los militarres sublevados.


      En cuanto a Rafael, marchó a estudiar a Huesca, donde Ramón Acín lo inició en los principios del anarquismo2. Pronto abandonó los libros para trabajar como pastelero; atraído por el agitado ambiente social de Zaragoza, se desplaza a la capital, donde ya en 1919 milita en el Sindicato de la Alimentación y sigue con su oficio en casa Zorraquino y otras pastelerías de la ciudad. No descuida Rafael su formación libertaria ni la propaganda activa, como muestra el siguiente testimonio, que a pesar de la ausencia de referencias cronológicas, hay que situar en esta época: «Máximo empezó a leer los grandes pensadores franceses, rusos y otros. El primero fue Los Miserables de Víctor Hugo, que le prestó el conocido militante Escartín, éste que conocía a su tutor y a la demás familia, toda de derechas fanáticas le dijo:


      -¿No serás tú como tu familia? Máximo le contestó: Jamás -¡Pues toma, lee!. Y le dio a leer Los Miserables3».


      Las actividades de los militantes zaragozanos se basaban en acciones llevadas a cabo en el seno de "grupos de afinidad", dos de los cuales "Voluntad" y "Los Justicieros", que reunían a los más activos sindicalistas (Manuel Sancho, Clemente Mangado, Cristóbal Albadetrecu, Francisco Ascaso...) se unieron para crear un nuevo grupo que conservó el nombre de "Los Justicieros". El objetivo era crear una organización fuerte para enfrentarse al pujante pistolerismo patronal, organizado a imagen y semejanza del barcelonés. Es muy probable que en esta época, a finales de 1920, Torres Escartín viviese a caballo entre Zaragoza y Barcelona, donde entró a trabajar como repostero en el Hotel Ritz el 20 de octubre.







La huida de la prisión de Oviedo del anarquista Rafael Torres Escartín, que había participado en un atraco en Gijón, y de otros seis reclusos en el año 1923


http://www.lne.es
El 11 de septiembre de 1923 -dos días antes de que el general Miguel Primo de Rivera diese un golpe de Estado disolviendo el Gobierno y el Parlamento para implantar un régimen dictatorial- un grupo anarquista encabezado por Buenaventura Durruti asaltó la filial del Banco de España en Gijón llevándose más de medio millón de pesetas de la época, el mayor botín que se había conseguido hasta entonces en un atraco en el territorio español.
Enseguida fue detenido uno de los implicados. Se trataba de Rafael Torres Escartín, miembro de «Los Solidarios», conocido porque había participado poco antes junto a Francisco Ascaso, en el asesinato a tiros del arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila. Según la descripción de los testigos de aquel hecho Torres, alto y delgado, iba vestido en aquel momento con traje claro, boina y guardapolvo, mientras que Ascaso, que pronto fue capturado, era más bajo y llevaba traje negro y gorra oscura.
Seguro que han oído alguna vez aquello de que «a quien nace para martillo, del cielo le caen los clavos». Y una vez más se cumplió el dicho, puesto que cuando Rafael Torres llegó a la cárcel de Oviedo, precedido por su fama de hombre duro, fue recibido por lo más granado de los internos, que justamente estaban ultimando una fuga a la que le invitaron a unirse.
El iniciador del plan se llamaba Pedro Fernández Álvarez y era un minero natural de Villamanín, de 22 años y vecino de Mieres, que se encontraba retenido para atender una orden de búsqueda del Gobierno belga, país donde pesaba sobre él una acusación de asesinato.
Con él estaba Gregorio Ramos García alias «Torero», condenado a muerte por haber robado y matado al maestro de La Nisal en otro crimen conocido por la población asturiana; otro más era Avelino Uría Fernández, natural de Gijón, ebanista, procesado y preso por robo; igual que Joaquín Eliseo Peláez, alias «Gallinero», de 18 años, tejero, de Ribadesella; y Emilio García Sánchez, de Pamplona; por último -para sumar seis implicados- José González López, también de Mieres, condenado a nueve años de presidio y que ya llevaba dos años cumplidos.
Rafael Torres entró en la prisión cuando todos los detalles de la fuga estaban cerrados. Pedro Fernández Álvarez, que ocupaba la celda número 5, llevaba dos días haciendo un boquete en la pared para utilizarlo en la evasión, pero al enterarse del nuevo ingreso decidió aplazarlo todo e invitar a la fiesta al recién llegado, y este aceptó sin dudarlo, aún sabiendo que se le había destinado un lugar -la celda número 48- muy alejado del punto en que debía iniciarse todo.
Así, llegó el domingo y uno de los presos sufrió un terrible ataque epiléptico, seguramente fingido, dando tales gritos que todos los vigilantes acudieron en su auxilio. Mientras tanto, alguien de quien nunca se llegó a conocer la identidad, abrió la puerta de la celda del anarquista y este a su vez las de sus compañeros. Entonces, ya todos reunidos, se trasladaron hasta el departamento en el que estaba preparado el agujero y por él los siete presos descendieron valiéndose de tiras de tela hechas con los jergones de sus camastros hasta el piso inferior, donde estaba el retrete del establecimiento.
No cabe duda de que estaban bien informados y había asegurado todos sus pasos, ya que sabían que allí se estaban haciendo unas reparaciones que dejaban al descubierto una tubería de 50 cm de diámetro por la que no les costó salir a la parte posterior de la prisión y acceder hasta la calle para desaparecer rápidamente. Al mismo tiempo, en el interior todos seguían pendientes del ataque epiléptico y no pudieron darse cuenta de lo sucedido hasta que ya había transcurrido una hora.
Las circunstancias de esta huida causaron la alarma entre la población e indignaron a las autoridades, primero por la peligrosidad de los fugados, luego porque hacía poco tiempo que se había realizado otra de importancia, también por la misma alcantarilla y por último porque nunca se supo como pudieron los presos abrir la puerta de sus celdas. De modo que pronto acudieron hasta la cárcel el gobernador, el fiscal, los jueces militares y civiles, los magistrados y numeroso mucho público que exigía responsabilidades.




En cuestión de horas se movilizaron numerosos efectivos de la policía y la Guardia Civil, que salieron en varias direcciones en busca de los fugados y se produjo la primera detención: el mierense José González fue capturado cuando buscaba tranquilamente una casa de pensión en el barrio de San Roque, cerca del matadero de Oviedo, para instalarse en ella hasta que las aguas volviesen a su cauce. Por su parte, el comisario Fernández Luna, que mandaba una patrulla de diez agentes, pudo localizar los pantalones de Avelino Uría, a 400 metros de la cárcel, en dirección al monte Naranco.
Pero la noticia más esperada se produjo en el mismo monte, cuando a la una de la tarde se presentó ante unos cazadores que descansaban en el sitio llamado Brañes, un individuo diciéndoles que estaba muy fatigado y pidiendo agua. Su mala fortuna hizo que estos hombres, entre los que se encontraba un hijo del senador don Juan Uría, estuviesen bien informados y reconociesen inmediatamente a Rafael Torres. Así que le pusieron al pecho sus escopetas obligándole a entrar en la capilla de San Roque, donde le mantuvieron encañonado mientras uno de ellos bajaba a caballo hasta el Gobierno Civil para dar cuenta de la captura.
Hasta el lugar subieron tres coches con fuerza armada para hacerse cargo del fugado, que los recibió comiendo unos huevos, pan y queso que llevaban consigo los cazadores, ya que les dijo que por la noche solo había cenado una remolacha y había desayunado un poco de pan y una manzana que les habían dado unos vecinos. Desde allí fue llevado de nuevo a la prisión evitando la entrada principal en previsión de incidentes, ya que se había congregado una multitud esperando su llegada y para evitar nuevas sorpresas se reforzó la guardia exterior y se le pusieron centinelas especiales para tenerlo siempre a la vista.
Allí el pistolero fue interrogado por los jueces sobre la agresión cometida contra la fuerza armada, su participación el robo al Banco de Gijón y el plan de fuga y manifestó que se había entregado voluntariamente porque su situación era insostenible y que sentía vivamente las molestias que había ocasionado con su huída a la que se había unido a última hora invitado por los demás, pero se negó a dar ningún detalle sobre el paradero de los otros reclusos.
Al día siguiente, para aumentar la seguridad lo trasladaron hasta el cuartel de Santa Clara, mientras en la cárcel los presos fueron obligados a quedar encerrados en sus celdas, lo que ocasionó un pateo general sobre las puertas para que las puertas volviesen abrirse, cosa que se hizo para evitar males mayores. A la vez, ante la sospecha de que algún guardia hubiese tenido algo que ver en este incidente, todo el personal de la prisión fue suspendido de empleo y sueldo y el recinto quedó bajo el control directo de la Guardia Civil.
Las jornadas que siguieron fueron de gran inquietud para los asturianos. A la expectación que produjo en toda España el golpe de estado de Primo de Rivera, se sumó aquí la búsqueda de los fugados, reforzada con el desplazamiento de otros 50 números para rastrear el centro de la región. Y a la vez no cesaban las confusiones de todo tipo producidas por el nerviosismo de las autoridades: unos vecinos aseguraron que dos de los perseguidos habían pasado la noche en el cementerio de Colloto, pero allí no se encontró a nadie; más tarde cuatro carteristas fueron detenidos al ser confundidos con ellos y luego se informó de la captura de otros tres fugados sin aclarar sus identidades.
El error más comentado fue el anuncio de que en un río próximo la Guardia Civil había disparado a un hombre alcanzándole en una muñeca y en un costado, lo que le había causado la muerte, identificando a su cadáver en el informe inicial como «Buenaventura Durruti Domínguez, conocido sindicalista y atracador», aunque no tardó en saberse que en realidad se trataba de Eusebio Brau, otro de los participantes en el atraco de Gijón.
En cuanto a Rafael Torres Escarpín, hay que decir que acabó siendo condenado a muerte y enloqueció durante su estancia en el penal de Santoña por lo que en 1931 se conmutó su condena por un ingreso en un sanatorio mental de Reus. Cuando finalizó la Guerra Civil en 1939, los vencedores volvieron a buscarlo y lo fusilaron sin tener en cuenta su estado, y con él a otros familiares próximos por el delito de llevar sus mismos apellidos.
Del organizador de la fuga, el minero Pedro Fernández Álvarez, no he podido encontrar más datos.

FUENTE: ERNESTO BURGOS-HISTORIADOR



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El asesinato del Cardenal Soldevila por Francisco Ascaso y Rafael Torres Escartín. Noventa años después.


 El cardenal Juan Soldevila Romero




Terminó la Primera Guerra Mundial y el mundo tuvo que afrontar situaciones nunca antes conocidas. No fue solo que los grandes imperios desaparecieran o que el mundo asistiera a una nueva dimensión de la devastación bélica. No fue solo que Alemania fuera humillada por los vencedores o que los Estados Unidos mostraran por vez primera la patita de su inmenso poder. También, por vez primera, la socialdemocracia desembarcaba, a través de las urnas, en el gobierno de naciones tan civilizadas como Dinamarca, Suecia o Alemania con sus programas de reformas sociales. Por primera vez una revolución obrera conseguía no solo derrocar a una dinastía centenaria sino consolidar un gobierno netamente bolchevique. Aquellos días que conmovieron al mundo abrieron la escena a nuevos actores para los que las viejas estructuras sociales apenas eran otra cosa que obstáculos que superar en una marcha que se antojaba larga pero prometedora.

España no era diferente. La huelga general revolucionaria impulsada por socialistas y anarquistas en 1917 desembocó en un fracaso que, pese a todo, dejaba bien claro que el proletariado español había dejado de conformarse con ser carne de cañón para las desastrosas guerras coloniales o mano de obra esclava sin otra perspectiva que la miseria y el atraso. Reunidos en ateneos y bibliotecas populares, alimentados por los rescoldos de la Escuela Libre de Ferrer y Guardia, organizados férreamente en torno a los sindicatos, los obreros españoles habían conseguido convertirse en una fuerza determinante en la política nacional aunque las viejas élites no quisieran darse por enteradas. La cosa ya no iba a ventilarse entre los mismos caciques y señoritos que, durante los últimos cincuenta años, se habían repartido el poder de forma ordenada arrastrando al país a la ruina y la fractura social. Ahora los carpinteros, los mineros y los torneros también querían decidir. Ahora los jornaleros, las lavanderas y los curtidores exigían su derecho a soñar. Y eso, en un país como el nuestro, solo significaba una cosa: iba a correr la sangre.

La joven Confederación Nacional del Trabajo aglutinaba a cientos de miles de militantes, más de veinticinco mil de Aragón, que, reunidos en Congreso en el Teatro de la Comedia de Madrid en diciembre de 1919, optaron por continuar con la estrategia de oposición total al sistema. Algunos meses antes, en Barcelona, la larga huelga de la Canadiense había conseguido atemorizar al país entero, provocando varias cosas. Por un lado la dimisión del Presidente del Gobierno, el poderoso Conde de Romanones, por otro la implantación de la jornada laboral de ocho horas. Pero sobre todo, había demostrado a la opinión pública que el anarcosindicalismo no solo era la fuerza hegemónica del movimiento obrero español sino que constituía una verdadera alternativa de poder. Lo ocurrido en Rusia podía muy bien ocurrir en España y eso no se podía consentir. Si la fuerza de la CNT radicaba en su numerosa y bien organizada militancia, en la solvencia de sus líderes y en su hegemónica implantación territorial en ciudades como Barcelona o Zaragoza habría que tratar por todos los medios de socavar dicha fuerza para neutralizar sus posibilidades. Y para ello cualquier medio resultaría adecuado.

Los llamados “Sindicatos Libres”, de origen carlista, se encargaron de realizar el trabajo sucio. Para ello contaron con el apoyo tanto de la patronal catalana como del gobernador militar de Cataluña, el nefasto Severiano Martínez Anido. Con la ayuda de otro de los inventos de Martínez Anido, la célebre “Ley de Fugas” puesta en práctica por la policía, Barcelona se convirtió en un sangriento campo de batalla en el que, durante cuatro años, se enfrentaron los pistoleros de los “Libres” y los de los Sindicatos Únicos de la CNT. El balance arrojó decenas de obreros, patronos, policías, pistoleros y chivatos muertos y heridos y el práctico descabezamiento de CNT debido a la marcha de sus líderes a otras regiones del país o a la muerte de los más destacados de ellos. Si el brillante y moderado Ángel Pestaña consiguió sobrevivir al atentado de que fue objeto en agosto de 1922, no sucedió lo mismo con Salvador Seguí, “el noi del sucre”, el líder natural del anarcosindicalismo español, asesinado a tiros por pistoleros de la patronal el diez de marzo de 1923. Antes ya habían caído el que fuera Secretario General de CNT, Evelio Boal, o el abogado Francesc Layret.




Salvador Seguí. El “noi del sucre”.



Pero la muerte de Seguí había llevado las cosas demasiado lejos. Se hacía necesario responder a aquel golpe de forma contundente. El caspolino Manuel Buenacasa da en su obra “Figuras ejemplares que conocí” una versión de como la CNT planificó su respuesta. “Las palabras que, según mi opinión pronunció Teresa Claramunt en casa de Dalmau originaron el hecho… Hablando acerca de la situación, era yo secretario de la Federación local de Zaragoza, Teresa me dijo: Ayer estuvieron aquí Francisco Ascaso y tres compañeros. Les dije que conceptúo deplorables ciertos hechos que vienen sucediendo de algún tiempo a esta parte, pues no responden a las ideas que tengo de la acción emancipadora. Las muertes recientes de ese desgraciado esquirol y de un guardia de seguridad, ambos cargados de hijos, han provocado indignación en el propio seno del pueblo trabajador. En cambio, distinta sería la reacción de ese pueblo si cayese un alto jefe de policía, un gobernante reaccionario o un obispo fascista… ¿No recuerdas el regocijo en el pueblo catalán al caer Bravo Portillo?…

Yo le pregunté: ¿Y qué dijeron ellos?

-Ni una palabra. Me escucharon y se fueron.

Dos días después de la entrevista que acabo de relatar, el cardenal Soldevila fue muerto a tiros.”

Quizá no sucediera exactamente como lo cuenta Buenacasa pero hay que pensar que es la suya una versión dotada de cierta autoridad. Fue Buenacasa responsable de dos acontecimientos citados aquí: el Congreso de la Comedia y la huelga de la Canadiense cuyo comité de huelga dirigió desde la cárcel. Como ex secretario general de CNT y responsable en el momento de la muerte del cardenal de la federación local de Zaragoza hay que suponerle al menos un buen conocimiento de los hechos. Él mismo se encontraba en Zaragoza para escapar de los pistoleros del Sindicato Libre. Quizá su papel en la conversación no fuera el de mero interlocutor de la veterana Teresa Claramunt.




El caspolino Manuel Buenacasa Tomeo


Lo cierto es que Juan Soldevila y Romero, arzobispo de Zaragoza, cardenal, era un viejo objetivo de los anarquistas. No hacía mucho que el sindicalista Parera había afirmado ante miles de obreros reunidos en la plaza de toros de Zaragoza, a propósito de la muerte de Seguí: “El crimen de Seguí ha sido acordado por un prelado, un ex ministro y un general (en referencia clara tanto a Soldevila como a Martínez Anido)… y si el cardenal sigue reclutando pistoleros del Sindicato Libre para atentar contra nuestros compañeros, prescindiremos de su jerarquía eclesiástica y le responderemos debidamente” Los medios anarquistas habían denunciado la celebración de una reunión en Tarragona en 1922 a la que habrían acudido Severiano Martínez Anido, el Coronel Arlegui (jefe de la Dirección General de Seguridad en Barcelona), el político conservador Alfonso Sala i Argemí y el propio cardenal Soldevila, en la que habrían decidido atentar contra los principales líderes anarcosindicalistas, entre ellos Ángel Pestaña y Salvador Seguí.

Si para la gente de orden el cardenal Soldevila era merecedor de todos los honores, senador vitalicio, gran cruz de Isabel la Católica, hijo adoptivo de Zaragoza, para los medios obreros de la ciudad su figura se identificaba directamente con la violencia de estado y la corrupción. Francisco Ascaso se refería a él como “un degenerado y crapuloso vejete que a ciencia y paciencia de Zaragoza y España enteras, mantenía en una lujosa residencia de las afueras de la capital aragonesa, el más escandalosos harén provisto de guapísimas “hijas de María” que se cuidaban, por procedimientos que desconocemos, de avivar la lujuria del anciano prelado”. Lo cierto es que la voz popular lo trataba con evidente falta de respeto, “hacía frecuentes visitas a un convento de monjas que la malicia popular comentaba irónicamente”, y, además de sus supuestos devaneos sexuales con novicias, hacía especial hincapié en sus turbios y rentables negocios personales, entre los que se le atribuían el juego, los cabarets, las casas de lenocinio o las contratas de obras. Pero, con independencia de sus devaneos sexuales o sus negocios presuntos o reales, lo que destacaba en la personalidad del cardenal era su vieja militancia política y su alineamiento con las tesis más conservadoras hasta el punto de ser acusado reiteradamente de ser uno de los principales valedores del pistolerismo patronal. La muerte de un religioso tan significado como Soldevila, cardenal por más señas, era un órdago en toda regla a la campaña de violencia emprendida por el gobierno, un guante arrojado para dejar claro que, por más que se recurriese a la guerra sucia para intentar aniquilar a la CNT, esta se encontraba en disposición de devolver todos los golpes. Como decía García Oliver, “responder a los atentados con el atentado, pero por arriba”.





El cardenal Juan Soldevila Romero.



El día cuatro de junio de 1923, en las primeras horas de la tarde, el coche en el que viajaba el Cardenal Soldevila en compañía de su mayordomo y su chofer, de color negro y con matricula 135 de Zaragoza, se detuvo frente a la reja de la escuela-asilo que las hermanas de la orden de San Vicente de Paúl regentaban en la antigua calle Terminillo de Zaragoza. El propio cardenal había fundado la institución y era su principal valedor. Todas las tardes repetía la misma rutina. Las malas lenguas decían que lo hacía porque mantenía una vieja relación con una de las monjas a la que llegaría incluso a legar parte de su fortuna, circunstancia que la susodicha aprovechó para abandonar los hábitos. Aquella tarde seguramente haría calor. El cardenal esperaría a que abriesen la reja sesteando en la parte de atrás del coche, quizá ligeramente aturdido. No contaba con que un hecho imprevisto alterase su rutinaria espera. No contaba con que dos hombres se plantaran a ambos lados del coche y vaciaran los cargadores de sus armas sobre sus ocupantes. Más de veinte balas impactaron en el vehículo. El chofer y el mayordomo resultaron heridos, el cardenal murió en el acto. Dos balas le atravesaron el corazón.

Aquellos dos hombres, “uno alto, delgado, vestido con traje claro, boina y guardapolvo, otro más bajo de estatura, con traje negro y gorra oscura”, resultarían ser Francisco Ascaso Abadía y Rafael Liberato Torres Escartín, aragoneses ambos, uno de Almudevar y el otro de Bailo. Ambos formaban parte del grupo de afinidad conocido como “Los Solidarios” junto a otros nombres míticos del activismo libertario tales como Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, Ricardo Sanz, Gregorio Suberviola o Miguel García Vivancos. El grupo se había formado en Barcelona en 1922 como una ampliación de un grupo preexistente llamado “Crisol” y, desde el primer momento, fue el encargado de preparar la venganza por el asesinato de Salvador Seguí. “Los Solidarios” fallaron en su intento de eliminar a Severiano Martínez Anido en San Sebastián. Con José Regueral, Conde de Coello y ex gobernador civil de Bilbao, tuvieron más suerte. El Cardenal Soldevila completó la lista.




Francisco Ascaso.



Las consecuencias del asesinato del cardenal superaron todas las expectativas. Había que remontarse a los días de la Comuna de París para encontrar otro cardenal asesinado. A Severiano Martínez Anido, el inventor de la “ley de fugas”, no le iría del todo mal, después de algunos leves disgustos durante la IIª República, Franco premiaría su gloriosa hoja de servicios nombrándole primer ministro de Orden Público de su régimen. Ascaso y Torres Escartín fueron detenidos. También Manuel Buenacasa, que pasó “ochenta y tres días de rigurosa incomunicación” en la cárcel de Predicadores. Ascaso consiguió fugarse de prisión y convertirse, con el paso del tiempo, en una auténtica leyenda, en compañía de su amigo Durruti, antes de caer frente al cuartel de Atarazanas el veinte de julio de 1936. Torres Escartín entraría y saldría de prisión en varias ocasiones hasta perder la razón e ingresar en un manicomio. A pesar de su enfermedad, en 1939, las autoridades franquistas decidieron que lo mejor era fusilarlo. Y así lo hicieron. A él y a buena parte de su familia. El cardenal Soldevila fue enterrado en el Pilar, enfrente de la capilla de la Virgen cuya coronación había patrocinado en 1905, y allí puede encontrarse todavía hoy su lápida. La escuela-asilo de las hermanas paulas sigue donde el cardenal Soldevila, Torres Escartín y Ascaso la dejaron. Hoy la calle se llama La Milagrosa y queda justo enfrente del Hospital Clínico Universitario de Zaragoza. Me han dicho que en el patio del recreo una placa señala el lugar del atentado. Zaragoza, la ciudad de las dos catedrales, perdió a su cardenal y nunca lo ha vuelto a recuperar. Dicen que el Vaticano castiga así a la ciudad que, en la época de la muerte del cardenal Soldevila, era conocida como la “perla del sindicalismo”. Pero la consecuencia más clara y directa, y también la de mayor trascendencia, fue que, apenas tres meses después de la acción de Ascaso y Torres Escartín, el general Miguel Primo de Rivera, con ayuda de Alfonso XIII, del ejército, la Iglesia y la burguesía catalana, se hizo con el gobierno de la nación en un golpe de estado que ponía fin al largo periodo de la Restauración y anticipaba todo lo malo que estaba por venir… Pero esa ya es otra historia.






















FUENTE:  Jesús Cirac  http://www.bajoaragonesa.org



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